Nuestro oasis de fin de semana.
Un bosque. Una casa embrujada. Un Peugeot 504 se resiste a morir entre los yuyos de una casa abandonada, un árbol sostiene su raíces sobre la cornisa de la vieja casona de Tezanos Pintos, los pájaros negros sobre arboles pelados de Racedo, el pantano, los chirlos de la zapatilla embarrada sobre el asfalto.
Domingo 25 de Julio, Paraná, 15 grados, día especial para vagar y rutear alrededores, tomarse unos mates con torta de limón y documentar algo. Salir a ver y volver para contarlo.
De camino a general Racedo salimos por Av Ramírez hasta Oro Verde, atravesamos Av. de Los Cisnes, hasta llegar al cruce de vías. A mano izquierda, se encuentra el pueblo de Tezano Pintos, nombre atribuido a la familia que donó los campos para la fundación del pueblo. Nos desviamos por un camino de tierra, pasamos por la estación hasta llegar a un túnel de árboles y cañaverales inmensos. Paramos para recolectar cañas y nos metimos al bosque. Al ingresar, una atmosfera de olor a tierra mojada nos atrapó, conforme avanzamos por los senderos, la caminata se vuelve lenta y silenciosa, comienza a sentirse el crujir del suelo en cada pisada, tambien suena el pandeo de las ramas moviéndose en lo alto. Esta extraño, la sensación imersiva del bosque, desvirtúa mi percepción temporal, son las 15 y parecen las 18.
La luz oblicua se filtra por los intersticios de las ramas crea conos y haces de luces sobre la textura de los arboles. Observo a Valeria que dirige su mirada aguda, mientras se acomoda la bufanda, se acerca entrecerrando los ojos para observar como brillan a contra luz las hojas enredadas sobre los troncos, es un verde intenso que dan ganas de tocarlo con la punta de los dedos.
Seguimos el camino y finalizamos en una montaña de escombros, son de la famosa casa que, dicen, estaba embrujada. Mientras realizábamos una caminata circular, yo sentí un olor nauseabundo que salía por debajo de una montaña de ramas secas, era un espacio abierto de árboles distribuidos en forma circular. Mientras recorríamos el lugar, varios carteles invitaban a retirarte amablemente o darían aviso a la policía. Luego regresamos por el mismo camino hasta el auto y volvimos al pueblo.
Atravesamos lentamente las dos manzanas que dividen la estación de Tezanos Pintos de la ruta. De camino está la gruta Ntra Sra de Lourdes y en frente, sobre una lomada, en una esquina, se encuentra otra inmensa casona custodiada por numerosos árboles, habitada por chatarras de autos antiguos. Comencé bordear la casa por un caminito serpenteante, mientras el sonido de los perros ladrando y pájaros cantando se intensificaba.
Avanzaba imaginando el interior por los agujeros de ventanas rotas que apenas permiten ver un hueco de luz en plena oscuridad. Al final del camino me llamo la atención una canilla de agua inmensa, del mismo estilo a las que había en la estación del ferrocarril de Concordia, detrás un cartel de Pepsi de los 80 casi desavenido por el óxido. Ya nada queda del azul y rojo de logotipo original.
Cuando volvía me llamo la atención un 504 blanco modelo setenta y algo, me fascinan los Peugeot, mi viejo tenia uno , de repente recordé los viajes de Santa Elena a Concordia dormido en el inmenso sillón trasero. Pero aquí y ahora, el recuerdo de la infancia era un saco roto de metal sobre un alto colchón de pastizales.
Por encima de los muros brotaban árboles inmensos que ganaban el reino espacio en reemplazo de un cielo razo ultrajado. Entre tanta pesadumbre me detuve en el parabrisas del 504 . Luce intacto. Como si en el fondo de tanta oscuridad aun hubiese lugar para un rayo de luz .
Continuábamos viaje hasta general Racedo, antes de llegar nos metimos por una calle de barro a mano derecha, el suelto se siente pegajoso y movedizo, y se escuchan salpicaduras sobre el guardabarros, el auto se detiene.
Si en el bosque habia olor a tierra mojada acá hay olor auto empantanado: Con algo de paciencia y un poco de impulso logramos sacarlo a los coletazos, el volante se parecía al de un barco, o al de un autito chocador en un parque de diversiones.
Culminamos en una calle de asfalto cerca de la ruta . A pocos metros de la plaza hay una fachada de casa antigua, bajita, con una puerta de madera en el centro y ventanas a los latearles. Otra vez la ventana oscura, detuve el auto, tome la foto, a mi me paralizó el contra luz del atardecer, la sombra opaca sobre la fachada gris, la quietud de los diminutos pájaros negros sobre los arboles pelados de invierno, el contraste.
Pasamos por varios charcos para “lavar” el auto, luego paramos en la banquina, frente al frigorífico de Pollos Caliza, me baje a sacudir el barro de las zapatillas sobre el borde la ruta, se pone frio, se me congela el pie, sigo a los chirlos con la zapatillas, haciendo malabares pararme, con un pie descalzo, y con una mano en la zapatilla, busco la cámara dentro del auto, como saltando en una pata. Vi un pájaro muerto cerca de la rueda embarrada. Tome la foto. ¿Una señal? ¿La Muerte? ¿El abandono? ¿Porque eso ahi y ahora?. Volvamos.
Lo que sigue es una vuelta apacible por lomadas y llanuras de campos color rojizo, un atardecer lento pero intenso. Árboles y molinos a contraluz. La soledad interminable. El Peugeot 504 blanco de vuelta. La casona. La ruta. La caprichosa inquietud de hurgar en rincones olvidados. Nuestro oasis mental de fin de semana.